miércoles, 30 de septiembre de 2009

La justicia a veces funciona

Hace dos años me robaron en la tienda 800 euros. Parecía un cliente más, alemán para mas señas, correcto, bien vestido y amable, me pidió volver a ver una cómoda que le había enseñado mi padre hacía unos días (era verdad, después hablé con mi padre y mi hermano y se acordaban de el) Yo como siempre pues se la enseñé, estaba en el primer piso de la tienda, todo muy normal. Cuando bajamos a la planta baja, me preguntó por el precio, como no me acordaba de el, volví a subir sola a mirarlo. Mientras yo estaba arriba, oigo la voz del supuesto cliente que me dice que se tiene que ir, que le ha gustado y que volverá otro día. Como esto pasa todos los días no le doy más importancia y vuelvo a mi despacho tan plácidamente. Al cabo de un rato entra a la tienda mi hermano (estaba sola) y no sé por qué necesitaba dinero, fui a buscar la cartera que la tenía escondida debajo de unas bandejas con papeles y cuál fue mi sorpresa que ¡la cartera no estaba! No puede ser ¿la habré puesto en otro sitio? ¿se habrá traspapelado? No, la cartera la tenía allí, no puede ser, no es posible, tras un cuarto de hora sin creérmelo empiezo a recapacitar lo que posiblemente había sucedido. Se lo explico a mi hermano y me dice que había visto desde la otra acera de la calle salir al alemán y que lo había reconocido de la visita anterior. Volví a repasar mentalmente dónde podía haberla puesto, la cartera la tengo bien escondida y desde la calle no se ve dónde la guardo. Tras unas horas de incertidumbre me convencí que aquél amable señor tan curro y simpático me había robado el dinero. Por supuesto lo denuncié a la policía.


Al cabo de un par de semanas me llama la policía porque habían cogido a uno que cuadraba con mi descripción y con su forma de robar. Fui a la policía con mi hermano (él también lo había visto) para identificarlo, yendo para la comisaría discutíamos si nos acordaríamos de cómo era el alemán y si teníamos dudas qué haríamos. Nos llevaron a un despacho chiquitino con cuatro o cinco mesas con un mobiliario setentero, nos sentamos ante un ordenador y nos enseñaron un montón de fotos ¡parecía de película! ¿se parece a este?, no, con menos pelo ¿se parece a este otro?, no, tiene la cara más redonda y así sucesivamente (la verdad, es que las fotos no se parecían nada a el) hasta que después de muchas e intuir que el policía me quería enseñar la verdadera foto del ladrón, nos la pone y plaf sin duda ¡es él! los dos estábamos convencidos. En eso que aparece otro policía y le pregunta al nuestro si preparaba una rueda de reconocimiento, dijo que no, menos mal porque yo ya estaba imaginando si sería como en las películas, si lo reconocería allí en directo y la verdad, no tenía ganas de volverlo a ver. Así que firmamos la denuncia otra vez como que reconocíamos al ladrón y nos fuimos.


De eso han pasado ya dos años y un día de repente recibo una citación para testificar contra el juicio del alemán. Me presento el día y la hora que me dicen pero como no se ha presentado no hay juicio y que lo han puesto en busca y captura. Al cabo de dos meses, recibo otra notificación para presentarme. Pensaba que volvería a pasar lo mismo, que no se presentaría pero no, allí estaba…


Esperaba en el pasillo como la última vez, cuando de repente por el rabillo del ojo veo tres moles acercarse, levanto la mirada y allí estaba, mi cabeza hace chispitas, se me nubla la vista y de repente todas mis dudas sobre si sabría reconocer a esa persona o no se desvanecieron, sí era el en persona, acababa de entrar con dos policías. Se para en medio del pasillo sólo a un metro de mí y como la torreta de un tanque gira su cabeza a derecha e izquierda inspeccionando el terreno, me pregunto si me vio, si me reconoce, si busca quién le había denunciado, sus ojos no se cruzan con los míos, ahora escribiendo esto, estoy segura de que sí. Sólo fueron unos segundos pero se me ha quedado grabado en la cabeza, hasta puedo describir de arriba a bajo lo que llevaba puesto. Entra en la sala y al cabo de un rato sale otra vez y se va derecho al ascensor, por supuesto escoltado por esos dos enormes policías. Espero un rato más y sale una chica de la sala que pregunta por mi y me dice que el juicio ya se ha celebrado y que se ha declarado culpable, que no tengo que declarar, me dice que le ha caído seis meses de cárcel y una multa de 3 euros por día durante doce meses y a mí me indemnizan con 850 euros (50 más que la cantidad robada) y que ya me avisarán para cobrarlo. En este momento ya ni oigo, al saber que no debía testificar se me sube un calor por el cuerpo y empiezo a temblar, no me había dado cuenta de lo nerviosa que estaba hasta ese momento. Acabo de salir del juzgado y aún no me lo creo.


Una cosa, yendo para la tienda me he preguntado si en lugar de robarme sin enterarme lo hubiera hecho amenazándome con un cuchillo ¿cómo estaría yo? ¿hubiese necesitado un psicólogo? Supongo que sí ya que estuve un mes sin poder oír el acento alemán.


Si queréis saber lo que me pasó cuando me robaron un colchón de la tienda me lo pedís.

1 comentarios:

Eduardo de la Fuente dijo...

Sí, la justicia a veces funciona. Me consta que este sujeto acumula otras denuncias por lo que supongo que cumplirá la pena de cárcel.

La historia del colchón es muy cachonda, digna del cine de Berlanga. No te la guardes y compártela con nosotros más adelante (pero te sugiero que la ilustres con caricaturas porque tiene tela).

Un abrazo.

Publicar un comentario